lunes, 7 de julio de 2014

Atrapada por un vampiro... ¿convertida en pájaro?

Era un día frío y triste de invierno. Hacia tanto frío que ese día había comido lentejas, como dice mi madre: "con este frío, lo que más apetece es un buen plato de lentejas". Y así era, cada invierno en el que la temperatura no pasaba de los cinco grados, sabíamos cuál sería el plato estrella. El viento resoplaba con fuerza en la ventana. El ruido de la lavadora era incesante, como si se tratara del motor de un viejo coche, cansado ya de tanto andar.  Ese viejo coche que había pasado ya 50 veces por la misma gasolinera, tantas que ya se sabía el recorrido. Recorrido que se negaba a realizar una sola vez más.
Entonces, sentí un escalofrío en el cuerpo. Mis brazos se congelaron. Mi respiración se entrecortaba. Mi cuerpo yacía inmóvil, no era capaz de alejarme. El miedo estaba dentro de mí. Era él. Estaba aquí. Aquel hombre que se alimentaba de sangre había acudido. Era su próxima víctima. No había nada que pudiera hacer para escapar de ser devorada por él, por un vampiro. Qué final más trágico, pensé. Esto no era lo que me esperaba, dije. Y entonces, él se abalanzó sobre mi cuello. Se abalanzó bruscamente, queriendo arrancarme la piel. Queriendo absorber hasta la última gota de mi dulce (o quizás amarga) sangre.
Y, de repente, como si de un hechizo se tratara, eché a volar. Sí. Eché a volar como tantas veces había soñado. Eché a volar cual pájaro libre y veloz. Y volé alto, muy alto. Y lejos, muy lejos. Tan lejos que el vampiro solo era una minúscula lenteja, como las que había tomado esa misma mañana. Y tan alto que los rascacielos quedaban demasiado lejos como para poder verlos. Y así, escapé. Escapé lejos. Para ser libre. Para ser feliz.

-Kismet.

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